Si los hombres son todos unos booblivious, aunque sea por razones antropológicas, las mujeres no nos libramos tampoco de este adjetivo, aunque por otros motivos. Como apuntaba Francisca Molero, los pechos son nuestra seña de identidad sexual y, como le pasa al hombre con su pene, nuestra autoestima está, no pocas veces, ligada a la forma y turgencia de nuestras armas de destrucción masiva o a la talla de nuestro sujetador. “De la seguridad que una mujer tenga respecto a sus mamas”, apunta esta sexóloga, “dependerá su sensibilidad y actitud sexual. Si alguien no se siente cómoda con sus pechos, es probable que experimente menos placer cuando se los estimulan o que se niegue a hacer ciertas posturas –ella encima–, porque querrá esconderlos o mostrarlos lo menos posible”.
Para colmo, las modas cambian y unas veces se llevan los senos pequeños, que quepan en copas de champán y otras gigantescos, aunque no tanto como los de Annie Hawkins, la mujer con el pecho más grande del mundo, según el libro Guiness de los Récords. Sólo su delantera pesa 50 kilos, su contorno mide casi 1,78 cms, y su talla es la 102 ZZZ, y todo es natural.
Tal vez Russ Meyer, el director de cine más obsesionado con las tetas de grandes dimensiones, hubiera fichado a Annie para alguna de sus películas. Hablando de pechos, no podríamos olvidar al creador de películas, ya de culto, como Supervixens (1975), Lorna (1964) o Faster, Pussicat! Kill! Kill! (1965), venerado por otros chicos malos de la filmografía como Tarantino o John Waters. Algunos ven sus películas como meros ejemplos de la serie B, pero yo estoy más de acuerdo con Josep Lapidario en su artículo para Jot Down, titulado Russ Meyer: Mucho más que un par de tetas, donde apunta: “En los mojigatos sesenta Meyer retrató mujeres que luchan (a veces literalmente, véase la escena del pajar de Supervixens) con los hombres para conseguir su propia satisfacción sexual, y que se enfrentan a durísimas y violentas situaciones de las que suelen salir victoriosas. Se podría decir que Meyer era un feminista involuntario, en sus películas y en la vida. Soltaba borderías machistas para escandalizar (“jamás he visto una feminista guapa”), pero fue una mujer quien dirigió su distribuidora y coprodujo muchas de sus películas en una época en que la presencia femenina en los despachos de Hollywood era casi inexistente”.
Una de mis heroínas favoritas es la actriz Tura Satana, que protagonizó una de sus cintas y que, además de una buena delantera, tuvo una vida de leyenda. Hija de padre japonés-filipino y madre cheyenne-escocesa-irlandesa, estudió aikido y karate para vengarse de los que la violaron cuando solo tenía diez años, y lo hizo al puro estilo Kill Bill. Lideró una banda de moteras delincuentes, fue cantante de blues, bailarina de burlesque y stripper, con el nombre de “Galatea, la estatua viviente”, y le dio calabazas a Elvis Presley, cuando este le propuso matrimonio. Como cuenta Lapidario en su artículo, refiriéndose al rodaje de Faster, Pussicat! Kill! Kill!, la película que Tura protagonizó para Meyer, “cuando le informaron de la regla número uno de los rodajes meyerianos (“aquí no se folla”) Tura se presentó ante el director diciendo “si no hago el amor al menos una vez al día me pongo de mal humor y no actuaré bien, Russ”. Meyer se ofreció a “ser su semental”, siempre dispuesto a sacrificarse por sus películas, pero ella prefirió a un ayudante de cámara al que exprimió durante todo el rodaje”.